jueves, 1 de enero de 2009

Nottingham Forest campeón de Europa 1979


El viejo fútbol europeo, anterior a la Ley Bosman, siempre guardaba espacio para la sorpresa. Las antiguas copas continentales, cuando aún no recibían el nombre de prestigiosas cervecerías o automotrices multinacionales, eran menos populares, menos comerciales y menos glamorosas que las de ahora; sin embargo acogían verdaderas batallas entre ciudades, que eran representadas por sus respectivos equipos compuestos inexorablemente por futbolistas locales. De tanto en tanto, le tocaba a un club humilde dar el golpe, y el mundo se enteraba de la existencia de un recóndito pedacito de civilización. El Nottingham Forest de Brian Clough fue el exitoso paradigma de esa costumbre, y tras un ascenso meteórico logró lo inimaginable: fue campeón de Europa.
“Si Dios hubiese querido que jugásemos a los pelotazos, le habría puesto césped al cielo”, afirmaba repetidamente Clough. Cultor del sacrificio y del trabajo incansable, consideraba que eso no tenía por qué atentar contra el espectáculo. Repudiaba el típico juego inglés y a los rivales que se abusaban del reglamento, y solía menospreciar los triunfos poco merecidos. Su Forest decidió confiar en él, respetó al pie de la letra su filosofía y se ganó el derecho a disputar la Copa de Europa luego de consagrarse campeón de la Liga Inglesa, el mismo año del ascenso. Lo que ya de por sí era una hazaña –participar por primera vez de un torneo internacional- pronto tomó tintes de epopeya. El Forest eliminó al Liverpool en los dieciseisavos de final, al AEK Atenas en octavos, al Grasshopper suizo en cuartos y al Colonia de Alemania en semis. Llegó a la final de Munich ante el Malmö FF de Suecia, una Cenicienta con historia sobre sus espaldas que despuntaba por su capacidad defensiva. 
El equipo de Clough se destacaba en su conjunto, pero no tenía una figura representativa. Ni siquiera contaba con una formación titular estándar. En el plantel eran veinte futbolistas que debían respetar el criterio ambivalente del entrenador, que los consideraba tan imprescindibles como reemplazables. Si se lesionaba Peter Shilton entraba Chris Woods sin problemas, a Trevor Francis lo sustituía Archie Gemmil, y por Ian Bowyer jugaba Martin O’Neill. El único intransferible para Clough era John Robertson, un extremo escocés a quien describía como el Picasso del fútbol. Sin embargo era más un capricho por gusto personal que una sentencia fundada, y a fin de cuentas si algún día consideraba adecuado quitarlo del equipo lo hacía sin pensarlo. 
Para enfrentar el partido decisivo frente al Malmö FF, Clough mantuvo la formación 4-1-4-1 que lo había llevado hasta Munich. El defensivo equipo sueco encarnaba gran parte de lo que el entrenador inglés despreciaba. No podía soportar a los rivales que no buscaban ser protagonistas. Lo consideraba una cobardía, una traición minuciosamente pergeñada por su colega del banco de enfrente. 
El resultado final arrojó un trabajado triunfo por 1 a 0 para el Nottingham, con un gol de Trevor Francis de cabeza. Fue la conclusión soñada para una historia épica que elevó a Clough y sus muchachos al trono de los elegidos. El Forest campeón de Europa confirmó aquello de que si existe un mundo en el que no existen los imposibles, pues ese mundo es el del fútbol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario