martes, 1 de enero de 2002

Argentina gana dos a cero


Argentina gana uno a cero y un viejo, de aspecto cansino, mira a su alrededor desde el sillón, situado justo al frente del televisor del living. Está solo, pero ya almorzó, lavó los platos y sacudió los muebles, como quien espera impaciente la llegada de una visita. Se lo ve triste, le falta algo. Alguien, mejor dicho. El alguien adolescente que compartió con él la alegría del Mundial 78. Pasaron cuatro años pero todavía no puede acostumbrarse a la ausencia. En cada partido de la selección sigue esperando que toque el timbre su nieto, un cabo primero desaparecido durante la Guerra de Malvinas.
Argentina gana uno a cero y comienza el segundo tiempo. Al viejo ya no le llama tanto la atención el fútbol pero un Mundial es un Mundial, y el de España, destruido por la noticia de lo de su nieto, no se animó a mirarlo. Le gusta el equipo, pero él es de la antigua, y con la nostalgia de que todo tiempo pasado fue mejor sostiene que dos Valdanos no hacen un Rojitas. Ni tres Burruchagas un Novello. Sin embargo con uno no se anima a la comparación. Si fue capaz de engañar a todos y meter un gol con la mano –piensa- tan malo no debe ser.
Argentina gana uno a cero y ya le llegó al viejo la noticia de que la Barra del Abuelo se fajó con los temidos hooligans. En eso, Diego encara, pasa a uno, pasa a dos y el tercero lo derriba con un patadón. El viejo siente impotencia, la misma que, salvando las distancias, no siente desde hace mucho tiempo, cuando lo llamaron para decirle lo de su nieto. El viejo se está dando cuenta que, en su momento, confundió resignación con bronca, y por primera vez cree estar en igualdad de condiciones. Sabe que espera una revancha, que por mínima y anónima que sea, le permita volver a sonreír.
Argentina gana uno a cero y sale desde el fondo. Tocan rápido para Maradona y el genio del fútbol mundial, que el viejo sigue con el relato televisivo de Mauro Viale, arranca por la derecha. Pasa a uno, pasa a dos y el tercero no lo derriba. Pasa a cuatro y el viejo se para. Deja al quinto en el camino. Algo le dice que va a quedar en la historia como cuando vio que Armstrong daba el gran paso de la humanidad o escuchaba el Desembarco en Normandía por la radio. El viejo, y otros treinta millones más, entre los que están su nieto, pero también el capitán Giachino, el teniente Estévez y todos los pibes del Belgrano, van colgados de Maradona, que ya entró al área, esquivó una patada y amagó para dejar a Shilton desparramado y definir con el arco libre.
El viejo no grita el gol, sólo sonríe. Sonríe después de no sabe cuánto tiempo porque siente que el sueño hollywoodense se hizo realidad, y que por única vez todos aquellos que fueron felices y comieron perdices tuvieron un rostro. El de Diego. El del muchacho de Fiorito que se cargó un país en los hombros y se burló de la reina. El del pequeño que derrotó al gigante.
El viejo deja de sonreír cuando se acuerda que no tiene un nieto para contarle su venganza, mínima y anónima. Sabe que si lo tuviese ni siquiera existiría esa venganza. Y se pone a llorar después de no sabe cuánto tiempo, desplomado en el sillón.
Argentina gana dos a cero. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario