martes, 1 de enero de 2002

El hincha de fútbol


Todas y cada una de las ediciones del Manual de Cappa abogan por la excelencia en el fútbol. Centran sus objetivos en la estética del deporte más lindo del mundo y buscan constituirse, justamente y valga la redundancia, en un manual capacitado para brindar respuestas a todos aquellos que se presten a consultarlo. Sin embargo en esta ocasión la temática va a desviarse un poco, aunque siempre siguiendo la línea de la persecución de la excelencia y de la estética en los estadios. Esta vez vamos a hablar del hincha: el alma de los colores. 
Antes que nada, ¿Por qué es necesario intentar hacer un manual del hincha? Porque en Argentina somos todos hinchas pero pocas veces aceptamos el papel sin ponernos en el cuerpo de un juez absolutamente parcial que apenas responde a sus instintos más primitivos. Y, también, porque nuestro fútbol está atravesando, en las tribunas, el momento más crítico de su historia. Violencia, muerte, impaciencia e impericia bañan de sangre el espectáculo semana tras semana. Y si el problema baja desde el público, es el mismo público quien debe solucionarlo. ¿Por qué cuestionamos sin reparos la labor del lateral derecho de nuestro equipo, la del arquero o la del delantero y no la de nosotros mismos o nuestra propia hinchada? ¿Qué le damos nosotros, desde nuestro lugar, a nuestro equipo, a nuestros jugadores y, principalmente, al fútbol?
Para responder sólo algunas de esas respuestas primero debemos entender el significado de 'nuestro'.Nuestro es 'nuestro', entre comillas. Los futbolistas no nos pertenecen. Tenemos que eliminar de una vez y para siempre la falsa creencia de que los jugadores -si no consiguen una victoria- son todos ladrones, que deben jugar bien todos los fines de semana porque ganan millones y que nos deben triunfos y campeonatos por el simple hecho de ser, justamente, futbolistas. Basta. En el fútbol se gana y se pierde, y los análisis deben ser racionales para encontrar los porqués de cada traspié y que este no se repita en el futuro. De poco sirve el insulto por el insulto mismo, y la crítica destructiva y disparatada permanente en pos de abogarnos un derecho que no nos corresponde. El fracaso existe, y aunque duela, está permitido fracasar. Tal como dijo Bielsa, es, de hecho, el fracaso el mejor formador de carácter. 
También debemos ponernos en los botines del futbolista. Si nosotros creemos tener el derecho de insultarlos, ¿Qué derecho se reservan ellos para cada uno de nosotros cuando desempeñamos mal nuestra labor de hinchas? Si somos un poco racionales y consecuentes con nuestros actos deberíamos permitirles que nos insulten, que nos escupan, o en el más radical de los casos también que nos revoleen encendedores o vasos con orina. Vivimos reclamando un fútbol mejor, y menos violencia, y nos prestamos a festejar el ingreso de la barra, los cantitos xenófobos y fomentamos la intolerancia con el "juuugaaadooooreeessss...". Nos vamos de la cancha puteando por el pobre 'espectáculo' que nos brindaron sin darnos cuenta que nosotros mismos contribuimos a la debacle del mismo. Ser hincha es mucho más que desgargantarse siguiendo el aliento -o la reprobación- de la mayoría.
Trazando un paralelismo, en una obra de teatro, la misma se conforma de los actores, de la escenografía y del público, que asiste en condición de agasajado. Es decir, el público hace a la obra y no la obra al público.En el fútbol es lo mismo, es el público el que hace al espectáculo y no viceversa. Si vamos al teatro a putear a los actores, la calidad de su labor va a disminuir. Lo mismo si ya empezamos a insultar a los suplentes mientras están haciendo la entrada en calor. En un caso comparativo, ¿Cómo rendimos mejor nosotros en el trabajo? ¿Si el jefe nos insulta recordándonos que existe una manera óptima de realizar cada acción a cada momento, o si nos alienta aún en la imperfección, el más innato de los defectos humanos?
Por todas estas cosas debemos comprender que el cambio comienza en cada uno de nosotros. Y esto no es una reflexión ética o moral. No creo ni en las reflexiones éticas ni morales porque lo abstracto de ellas confunde la realidad. Podrían existir tantas valoraciones éticas y morales como personas en el mundo. Por eso invito a todos a que hagamos un análisis de nuestra propia labor como hinchas desde el sentido común. Desde la desnaturalización de las cosas que nos parecen comunes y que en cualquier otra parte del mundo constituirían una aberración para cualquier ser humano. Es necesario que nos invitemos entre nosotros a mejorar, a superarnos, a ser distintos en pos de evitar tanta violencia desmedida. ¿Hace cuánto que el fútbol dejó de ser una actividad de toda la familia? ¿Cuándo las cargadas se volvieron un sinónimo de odio y los futbolistas soldados de una eterna guerra sin cuartel? 
El fútbol es la más importante de las cosas menos importantes, pero, curiosamente, la cosa más importante entre las cosas importantes es la seguridad de cada persona. El derecho a la vida, ni más ni menos. Y en Argentina -como en otras partes del mundo, contaminadas también del exitismo y la exaltación de valores creados por conveniencia- la cosa más importante entre las menos importantes está poniendo en peligro la vida de cada uno de nosotros. 
Tomar conciencia de la realidad, aunque parezca demasiado tarde, siempre es posible. Y repasando un poquito cada una de nuestras acciones veremos que desde allí parte el cambio. El día que logremos eso vamos a aprender a indignarnos con la fuerza innecesaria que la policía impone contra las hinchadas, con los carcelarios controles en los ingresos y con la venia que desde el gobierno baja hacia los barras. Ver un muerto en la tribuna nos va a volver a parecer una tragedia y otra estocada mortal a nuestra sociedad. Y, principalmente, vamos a volver a sentirnos hinchas, porque, como diría Enrique Santos Discépolo, el hincha es todo en la vida. Si no, ¿Para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones en las tribunas luchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada? ¿Qué sería del fútbol sin el hincha? El hincha es todo. De nosotros depende que no se pierda.

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