“El fútbol es un juego que se juega con el cerebro”. Así lo entendía
Johan Cruyff, quien fuese para muchos el futbolista más inteligente de todos
los tiempos. Fue el primero que se opuso al excesivo trabajo con que los
preparadores físicos cargaban a los jugadores para incrementar la velocidad de
los mismos. Para Cruyff la velocidad pasaba por otro lado: por la rapidez
mental, ese sexto sentido que no se adquiere ni se construye, sólo se agudiza
en aquellos elegidos capaces de desperdiciar un instante para recuperarlo
inmediatamente después con un pase milimétrico, una habilitación quirúrgica
idónea para romper líneas y abrir defensas rivales.
Aquellos elegidos se caracterizan por la picardía, por estar, paradójicamente,
un paso delante de la jugada aunque se demoren un segundo más en la entrega.
Pero es ése segundo el que importa en la cabeza del jugador, el que puede
marcar un abismo en el partido. El futbolista portador del sexto sentido tiene
la jugada marcada, sabe perfectamente lo que va a hacer con la pelota antes de
que llegue a sus pies; es consciente de que va a recibir, generalmente, de
espaldas y va a girar esperando la salida de la última línea y el pique en
diagonal del delantero para dar el puntazo final, la puñalada que de terminar
en gol consumará el crimen perfecto.
El sexto sentido no se entrena bajo las órdenes de los preparadores
físicos. Es intuición, percepción y perseverancia, que en compañía del talento,
se aprovecha de la verticalidad y la vorágine de un partido para cumplir una de
las leyes universales del fútbol: aquella que asegura que gana el que mejor
engaña; el que con una gambeta se lleva la pelota, el que con un pase-gol al
hueco desprotegido define un partido.
Los jugadores rápidos mentalmente suelen ser los más veloces,
independientemente de su agilidad física. La que debe correr es la pelota, que
es capaz de llegar al jugador más rápido mientras que éste de ninguna manera
podrá llegar a todas las pelotas. De ésta manera si se toma como regla que los
futbolistas más veloces son aquellos que más fluido hacen el juego, los Xavi,
Iniesta, Riquelme, Xabi Alonso y Di María encabezan la lista.
Ángel Labruna decía que el fútbol es el deporte más difícil del mundo
porque se juega con los pies obedeciendo a la cabeza. En la capacidad de
comprender ésta afirmación reside el poder de un futbolista para superar esa
delgada línea que diferencia a los elegidos del resto de los jugadores y que
decide quienes tienen el derecho de reservarse ése sexto sentido tan necesario
para ver lo que otros no ven. Para construir en el aire y ejecutar con los pies
ése juego que se juega con el cerebro.
Coincido plenamente, Matías.
ResponderEliminarUn abrazo.
Excelente reflexión, Saludos
ResponderEliminarde acuerdo, no es santo de mí devoción, pero él hace correr la pelota y no al jugador . salut
ResponderEliminarJugadorazo Johan Cruyff, creo que, marcó "un Antes y un Después" en el Fútbol Holandés..!! Abrazo Futbolero
ResponderEliminarSencillamente, sublime Matías.
ResponderEliminarEn fútbol hay que ser ávido mentalmente para poder ver ese pase, ese hueco, ese pasillo que bien puede suponer un gol.
Gran artículo, como siempre, compañero.
Un saludo desde Mis peloteros favoritos!
Realmente que si, hay que ser un elegido para poder ver el juego de esa manera y con tanta claridad como para anticiparse a todos. Es una virtud de todos. Gracias por el elogio, un abrazo amigo.
Eliminarno podría estar más de acuerdo con el grandisímo Johan Cruyff, mi ídolo de infancia, el fútbol se juega con la cabeza y hay que pensar rápido y jugar al fútbol simple pero efectivo
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