domingo, 23 de diciembre de 2012

Tres años: Fin de una etapa


Hoy el blog cumple su tercer aniversario y a su vez cesa en sus actividades. Cumplió un ciclo muy positivo que me tuvo al frente del mismo mientras me sentí periodista, y también mientras los tiempos me permitieron dedicarme dignamente al espacio. Fueron tres años en los que en Fobal2000 convivieron la actualidad del fútbol argentino e internacional y la táctica y la estrategia con las historias más conocidas, locas y llamativas del deporte más lindo del mundo.
Aprendí mucho haciendo este espacio, y aún sigo aprendiendo. Fobal2000 me enseñó a escribir. Y también me enseñaron mucho todos y cada uno de los lectores que visitaron los artículos. Los que se hicieron habitués e incluso aquellos que pasaron apenas una vez y seguramente de casualidad. Los que dejaron sus comentarios y los que no.
El blog no será dado de baja, seguirá en línea aunque sea en función de base de consulta personal. Voy a continuar escribiendo sobre fútbol en Seamos Buenos Entre Nosotros, y posiblemente en el futuro construya un nuevo espacio cuyo temario no se reduzca solamente al fútbol o al deporte. Sin más, les agradezco por todo este tiempo. Nos seguimos leyendo. 

jueves, 6 de diciembre de 2012

El regreso del Cosmos: ¿Sólo una vez en la vida?


Steve Ross, el CEO de Warner, se dio cuenta que el negocio no caminaba. Se había entusiasmado con el proyecto del club de fútbol propio pero la gente no acompañaba y la iniciativa generaba pérdida. Ni siquiera el título de 1972, en una incipiente North American Soccer League fundada cuatro años antes, servía de estímulo. Al New York Cosmos -que adoptó para su camiseta el amarillo y el verde en honor al Brasil de México '70- lo acompañaban menos de doscientas personas por partido, y la mayoría de ellos eran latinos. 
"¿Pelé? ¿Quién es Pelé? Pues fichemos a ese tal Pelé", dijo Ross en 1975 y pateó el tablero. Sumó al periodista deportivo Clive Toye como manager y este echó luz en un club cuyo vicepresidente, Rafael de la Sierra, ni siquiera sabía cuantos jugadores por lado debía tener un partido de fútbol. El cronista del New York Times le dio la respuesta obligada a Ross, que le había exigido contratar al mejor futbolista del mundo: "Tenemos que traer a Pelé". 
El brasileño se había retirado y atravesaba problemas económicos fruto de algunas malas inversiones. Cuando pensaba seriamente en volver a jugar, la Juventus le hizo una oferta en apariencia inmejorable. Pelé estaba en el aeropuerto internacional de San Pablo por partir rumbo a Turín cuando le avisaron que alguien lo esperaba al teléfono. Era Ross, que de fútbol no sabía nada pero sí mucho de negocios y persuasión: "En Italia vas a conquistar una liga, en Estados Unidos un país". A las dos semanas Pelé ya entraba en Nueva York. 
Con el brasileño en el plantel -que ganaba cinco millones de dólares al año, una fortuna para la época y más que cualquier otro futbolista en el mundo- el Cosmos siguió sumando figuras. Chinaglia, Beckenbauer, Carlos Alberto y el paraguayo Cabañas fueron los nombres más significativos del equipo en una liga que también gozaba de George Best, Eusebio, Bobby Moore, Gordon Banks y Johan Cruyff. Los neoyorkinos sentaron un precedente que se mantiene en la actualidad: el de los clubes que intentan ganarse un nombre a base de millones. 
En los años siguientes las iniciales doscientas personas se convirtieron en quinientas, éstas en ochocientas y así hasta llegar a las setenta mil que, partido tras partido, copaban el Giants Stadium para seguir al Cosmos que llegó a acumular cinco títulos de campeón (1972, 1977, 1978, 1980 y 1982). Ross recaudaba quinientos mil dólares por encuentro y el club ya era conocido como "El equipo de Bugs Bunny". Sin embargo la fiebre del fútbol perdió fuerza en Estados Unidos luego del retiro definitivo de Pelé a finales de 1977 y arrastró a la NASL y al Cosmos al ostracismo. La liga se extinguió en 1984, y junto con ella el equipo que había transformado a Nueva York en una metrópolis futbolística. 
La historia del club es relatada en el documental "Once in a Lifetime, The Extraordinary Story of The New York Cosmos". Fue filmado en 2006, cuando todos creían que la historia del equipo estaba acabada. Sin embargo en 2011 capitales sauditas compraron la marca y designaron a Pelé presidente honorario y a Eric Cantoná director deportivo. En 2013 "El equipo de Bugs Bunny" volverá al ruedo en la nueva NASL, una especie de segunda división de la MLS, que si bien no otorga ascensos ya que se mueve por un sistema de franquicias, exige a los equipos un peregrinaje previo por esta liga. En poco tiempo el Cosmos podría volver a lo más alto, y esta vez sí convertirse en el mejor equipo del mundo, tal cual fue el sueño de Ross.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Il Divin Codino


El fútbol fue injusto aquella tarde de 1994. Roberto Baggio, el jugador que más había aportado al Mundial de Estados Unidos, falló el penal decisivo y el campeón del mundo fue Brasil. Ese yerro le acompañó de por vida al italiano que, sin embargo, edificó una leyenda de sí mismo antes y sobre todo después de la inédita definición de Rose Bowl.
A Baggio, nacido futbolísticamente en el Vicenza, un humilde equipo del ascenso italiano, le enseñaron que en el Calcio diez luchan y uno, el trequartista, juega. Él tomó la lección al pie de la letra y se convirtió en un egoísta magistral; en un individualista eficiente que, paradójicamente, se destacó también por sus asistencias. Dueño de una habilidad única, es considerado uno los jugadores con mejor gambeta corta de la historia y, además, uno de los más grandes futbolistas que ha dado la península itálica.
Su estreno en la Serie A fue en la Fiorentina a mediados de los ochenta, época en la que el Milan se proyectaba como el futuro rey de Europa y el mundo, un cetro que alcanzaría tiempo después con Silvio Berlusconi en la presidencia, Arrigo Sacchi en el banco y una gloriosa camada de holandeses en el terreno. No fueron buenas las dos primeras temporadas de Roby en el conjunto viola, las lesiones lo persiguieron y recién en la tercera pudo hacer público su talento. A partir de entonces su figura no paró de crecer y cuando fue traspasado a la Juventus –que pagó por él el equivalente a doce millones de euros, una fortuna para el oxidado fútbol de 1990- su efigie en Florencia era equiparable a las de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel.
En Turín volvió a sufrir la adaptación, pero una vez aclimatado vivió una de las mejores etapas de su carrera. En 1993 obtuvo la Copa UEFA y fue galardonado por la FIFA como el mejor jugador del año. ‘Il Divin Codino’ –apodo que mereció por la coleta de caballo que acostumbraba a lucir- llegó a la Copa del Mundo con la experiencia de Italia ’90 sobre sus espaldas y el reto de llevar a la Azzurra de Sacchi a lo más alto. Pero lamentablemente no pudo ser. Nadie, en ese momento, merecía más que Baggio la consagración; y tampoco nadie merecía menos que él fallar el penal definitorio.
A la vuelta de Estados Unidos la Juventus le cobijó una temporada más e incluso fue parte importante del Scudetto de 1995, aunque la relación con los dirigentes ya no era la misma y Baggio se sentía desgastado por las críticas. Sumado a eso, un tal Del Piero comenzaba a disputarle el trono. Así fue que se marchó al Milan, donde lo esperaba Fabio Capello. Con el entrenador tuvo diferencias insalvables que marcaron su peregrinaje por el San Siro y tras dos irregulares temporadas que, sin embargo, no le impidieron sumar otro Scudetto, quedó libre.
Con el Mundial de Francia como utópico horizonte, Baggio aceptó la oferta del Bologna. A los treinta años, y contra todos los pronósticos, logró evitar el descenso con los Rossoblù firmando su mejor temporada en la Serie A –con veintidós tantos en treinta partidos- y se ganó un lugar en la lista de Cesare Maldini. En la Copa del Mundo de 1998 anotó dos goles y se convirtió así en el primer futbolista italiano en marcar en tres mundiales.
Su buena temporada en Bologna volvió a ponerlo en la órbita de los clubes más poderosos, y entre ellos fue el Inter el que se hizo con sus servicios. En Milan fueron otros dos años irregulares en los que Baggio debió convivir con la suplencia y la ignominia de los entrenadores que preferían a los sudamericanos Ronaldo, Zamorano y Recoba. En junio de 2000 se marchó del Giuseppe Meazza en silencio y con destino incierto.
Sin embargo Roby no iba a aceptar tan amarga despedida y ante el llamado del Brescia se aprestó a afrontar su enésimo y último desafío. A los treinta y tres años se alimentaba de los titulares que aseguraban que estaba acabado y no tenía nada más para dar. En el Mario Rigamonti volvió a sentirse valorado y demostró que su fútbol no se había extinguido. Fueron cuatro temporadas inolvidables en las que Baggio regaló lo último de su repertorio. Su última función fue el 16 de mayo de 2004 ante el Milan; aquel día las ochenta mil almas del San Siro lo despidieron de pie y entre aplausos. Desde entonces ya nadie volvió a ponerse la camiseta número diez en el Biancoazzurri.
Casi diez años antes de su retiro había vivido su instante más trágico, el mismo que él eligió recordar en una entrevista televisiva cuando el conductor le pidió que resuma su vasta trayectoria en unas pocas líneas. “Juro que aquel penal lo he tirado de todas las formas, en sueños, en el pasillo de casa y siempre lo he convertido, fue el momento más duro de mi carrera, ojalá pudiese borrarlo y así no tener que recordarlo justamente ante su pregunta”, fue la respuesta del italiano, con la vista clavada en el piso. Baggio omitió un detalle: erran nada más los que se animan a patear, y sólo los buenos de verdad lo hacen.  

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Resultadismo


En los últimos tiempos, y particularmente en Argentina desde el Mundial 1986 a esa parte, el fútbol evidenció una polarización profunda que dividió a los pragmáticos (bilardistas) de los románticos (menottistas). Y junto con ésta diferenciación surgió también un término nuevo que la jerga deportiva fue adoptando como propio sin entender jamás del todo bien de que se trataba: el resultadismo. 
La principal barrera que hay que superar a la hora de hablar del resultadismo es entender que éste no remite a los fines. Es errado creer que un resultadista es aquel que lleva adelante una acción determinada con el objetivo de obtener el mejor beneficio posible, que trasladado al fútbol sería ganar. Y es errado porque es una definición vaga, eso no sería ser resultadista sino tener sentido común. Todas las personas que emprenden un proyecto lo hacen con el objetivo de sacar de éste el mayor rédito imaginable. 
Una vez aclarado esto se entiende que el resultadismo reside en los medios. Y también en la valoración que se haga de la hipótetica victoria perseguida. De ahí se desprende el famoso dualismo de tacticistas o conceptualistas. Mientras el resultadista privilegiará ampliamente el triunfo por encima de la lúdica sirviéndose de la táctica que sea necesaria para lograrlo (siempre dentro del plexo legal permitido), el romántico o metódico mantendrá el concepto (el valor de su idea) por encima de cualquier otra variable. 
De esta manera se concluye que el resultadismo no es un estilo de juego sino más bien un estilo de vida. El resultadista no es tal solamente en una cancha de fútbol o de cualquier otro deporte. Los seres humanos persiguen fines en todo momento y en todo lugar. Y para esto se sirven de medios. Justamente en ellos residirá la diferencia conceptual de cada uno. De un lado quedarán los pragmáticos y del otro los románticos. Pero sin duda que todos querrán ganar.

lunes, 29 de octubre de 2012

El Cerebro del fútbol


"Quizás Xavi me retire a mí. Pero hay un chico que me retirará a mí y también a Xavi". A fines de los noventa Pep Guardiola quemaba sus últimos cartuchos como futbolista de Barcelona y dejaba una sentencia. Con la serenidad que posteriormente transmitiría en cada conferencia de prensa como entrenador de los catalanes, aseguraba que existía un juvenil que era capaz de hacer historia. Ese juvenil era Andrés Iniesta, un tímido todocampista que hoy, ya convertido en leyenda, celebra el décimo aniversario de su debut oficial frente al Brujas belga, en la Champions League el 29 de octubre de 2002. 
El Cerebro arribó a La Masía a los doce años, desde las inferiores de Albacete y luego de destacarse en un torneo alevín de fútbol reducido en Madrid. Hasta allí habían llegado los ojeadores del Barça convencidos de que en esos campeonatos era posible distinguir a un futbolista distinto. Con Iniesta no se equivocaron y tras una vida entera bajo la filosofía barcelonista ya ha logrado tres Ligas de Campeones, dos Mundiales de Clubes, cinco Ligas, dos Supercopas de Europa, dos Copas del Rey y cinco Supercopas Españolas, además de dos Eurocopas y un Mundial con la Selección Española. 
Al margen de su enorme visión de juego y la polifuncionalidad característica que lo convirtió en uno de los estandartes de su equipo junto al tándem Xavi-Messi, Iniesta encarna en sí mismo una institución para el fútbol español en general por su protagonismo absoluto en los dos momentos más sublimes de la historia deportiva ibérica: el gol frente a Chelsea en la Champions que sacó de eterno perdedor al Barça romántico y el tanto en tiempo suplementario que definió en favor de España la Copa del Mundo de Sudáfrica. 
Desde su debut en aquel equipo que tenía a Riquelme y a un Puyol que ya era capitán hasta el encuentro del último sábado ante Rayo Vallecano y en el que Iniesta, a pesar de ocupar un lugar en el banco, no ingresó, el héroe de Johannesburgo jugó 417 partidos y convirtió 42 goles. Ni siquiera las lesiones pudieron alejarlo de su clase. El Cerebro es un tributo al fútbol.