jueves, 1 de enero de 2009

Copa Confederaciones 2013: Balance y proyección rumbo al Mundial


Brasil ganó la Copa Confederaciones en el Maracaná con Neymar como figura. No hay nada raro, imprevisible ni sorpresivo en ese desenlace final de la competición de cabotaje que ya lleva veinte años formando parte del calendario FIFA. Lo que si resulta extraño está fuera de los totémicos estadios. Inmediatamente fuera. En los ingresos y en las calles aledañas inundadas de gente que reclama por sus condiciones de vida. Gente empapada de fútbol que durante varios días repudió el fútbol para llevarle un mensaje al mundo. 
Las recientes ediciones de la Copas Confederaciones resultaron más un dolor de cabeza que una confirmación para los países anfitriones. Brasil vio, al igual que Sudáfrica en su momento, como el certamen desnudaba sus falencias organizativas, un problema al margen de las inoportunas protestas sociales. Prácticamente sin público extranjero y con entradas carísimas sólo al alcance de unos pocos, la futura sede del Mundial 2014 se ahogó en un vaso de agua. Los aeropuertos se desbordaron, el servicio de transporte público colapsó y las carreteras a unos pocos kilómetros de las grandes ciudades siguen siendo intransitables. 
Joseph Blatter se fue preocupado porque sabe que no será fácil que Brasil construya en un año la infraestructura que no edificó en siete. La FIFA, para otorgar el derecho a organizar una Copa del Mundo, suele exigir de entrada tres cosas básicas: hospedaje, movilidad y transporte. Lo cierto es que Blatter no se fue conforme ni con la capacidad hotelera, ni con el estado de las autopistas, ni con el funcionamiento de los aviones y los autobuses. No obstante, se despidió asegurando que la edición 2013 fue la mejor de la historia de la Copa Confederaciones. Algo similar había dicho en 2009 cuando Sudáfrica albergó el certamen previo aun con la mitad de los estadios mundialistas sin terminar. En aquella oportunidad el presidente de la FIFA confirmó que definitivamente África tendría su Mundial. 
Sumado a eso, Brasil se vio agitado por las protestas sociales que sacudieron un clima que debería haber sido de fiesta. Suena raro que justo uno de los pueblos más futboleros del planeta se niegue a recibir un Mundial, pero parece que la realización de semejante evento ya no desvela a un país que denuncia otras prioridades. Los activistas que representaron a los manifestantes se mostraron indignados por el aumento de los impuestos para financiar una Copa del Mundo mientras el sistema de educación es cada vez más defectuoso y la gente debe hacer cola en los hospitales públicos porque los servicios de salud no dan abasto. 
“Los estadios no educan, no curan, ni dan de comer”, decía una de las pancartas exhibidas en las afueras del Maracaná, en la previa de la final entre Brasil y España. Los choques entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad durante la Copa Confederaciones arrojaron al menos cinco muertos y cientos de heridos. “Vamos a escuchar al pueblo, nosotros debemos ser su voluntad”, aseguró la mandataria Dilma Rousseff, que siempre aceptó a regañadientes la realización del Mundial. 
Las protestas, que se extendieron por todo el país, rindieron sus frutos y Rousseff, sin pactar con los violentos, se reunió con los líderes de los manifestantes. Todo mientras Brasil avanzaba con más efectividad que juego en la Copa, España desplegaba todo su potencial y Tahití sufría goleada tras goleada sin que sus jugadores dejen de disfrutar un segundo la posibilidad única que se les presentaba de enfrentar a los mejores futbolistas del mundo. 
Además de haberles prometido a los manifestantes que movería todos los resortes del Estado para cumplir con los reclamos, Rousseff aseguró que intentará imponer que una cierta cantidad de entradas en cada partido del Mundial salga a la venta a un precio menor o incluso gratis, para que también sean parte del evento todos aquellos que no pueden abonar las altas cifras de las localidades. 
La ambivalencia del deporte permitió que las protestas sociales fuesen escuchadas en todo el mundo, que la Canarinha se consagre campeón como local goleando a España y que Neymar se glorifique definitivamente ante su público. No obstante aun le falta mucho a Brasil para demostrar en el Mundial todo el potencial que se considera que posee, y la cuenta regresiva hacia el 12 de junio de 2014 ya arrancó hace rato. 

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