martes, 1 de enero de 2002

Ladislao Kubala, el anticomunista que inspiró el Camp Nou


Ladislao Kubala se disfrazó de soldado ruso, fue llevado en camión hasta la frontera húngara y desde allí escapó a pie con Austria en el horizonte. Corría enero del 49, y mientas Europa ensayaba un bosquejo de recuperación en la incipiente posguerra, las persecuciones políticas habían repelido de los países comunistas a millones de personas. Kubala, con la etiqueta de desertor a cuestas, fue uno más de esos tantos, hasta que un tiempo más tarde la historia se encargó de individualizarlo como el inspirador del Camp Nou.
Kubala, que lo único que sabía hacer era jugar al fútbol (hasta su exilio era delantero en el Vasas húngaro), se unió a un pequeño grupo de rumanos, checos y yugoslavos que, expatriados como él, compartían su misma pasión pero tenían vetada por la FIFA la posibilidad de ejercer la actividad profesionalmente. Los clubes de origen de todos ellos habían denunciado la huida de sus futbolistas y exigido su inhabilitación, pero nada habían dicho sobre los partidos amistosos. Así fue que nació el Hungaria, un equipo de fútbol clandestino cuyo técnico era Fernando Daucik, cuñado, maestro y mentor de Ladislao.
El Hungaria recorrió Portugal, Francia e Italia recaudando dinero en improvisados partidos amistosos hasta que se instaló definitivamente en España. Kubala era la figura de ese particular equipo, y pronto llamó la atención de Santiago Bernabeu, que apenas lo vio quiso acercarlo al Real Madrid. Caprichos del destino, el Madrid, que era un obediente representante del franquismo –que luego usaría al húngaro como paradigma del ciudadano anticomunista-, se asustó con las sanciones de la FIFA que pesaban sobre el delantero y le cerró las puertas. Kubala no se lamentó por la oportunidad trunca y tiempo después recaló definitivamente en el Barcelona, de reconocida raigambre de izquierda.
El club catalán logró, a través de sus contactos en la FIFA, que la suspensión sobre Kubala fuese desapareciendo progresivamente. En 1950 el húngaro sólo jugó algunos partidos amistosos, pero para finales de 1951 ya formaba parte del plantel profesional sin el menor resabio de proscripciones.
Pronto los catalanes se sintieron atraídos por el juego de Kubala, que se destacaba por el remate y por la velocidad, y le dieron nacimiento a un nuevo ídolo. El húngaro, por aquellos años, fue al Barcelona lo que Di Stéfano al Real Madrid. Los hinchas reventaban el antiguo estadio blaugrana de Camp Les Corts para deleitarse con su fútbol, y a menudo una multitud de seguidores se quedaba sin ver la función de Kubala por falta de localidades. Así fue que durante un partido la gente comenzó a pedir a los gritos la construcción de un nuevo campo con mayor capacidad, una exigencia que se repitió en los encuentros siguientes.
La dirigencia barcelonista analizó las posibilidades y emprendió la construcción del Camp Nou en 1954. Por falta de presupuesto la obra estuvo paralizada en más de una oportunidad, pero el Barcelona recaudaba fondos paseando por el mundo a su figura en multitudinarios partidos amistosos. Para 1957 el estadio estuvo terminado, y Kubala fue el primer culé en contar con un palco de honor en el Camp Nou. Siguió jugando en el equipo (y en la selección española) hasta 1962, cuando partió al Espanyol, el otro club representativo de Barcelona.
El húngaro falleció de cáncer en 2002, y se llevó con él la idolatría de todo el pueblo culé. Su historia es solo una pestaña más de ese vademécum que enumera las contradicciones que es capaz de generar el fútbol y la pasión que a su alrededor se edifica. Kubala, el anticomunista preferido del franquismo, triunfó en el revolucionario Barcelona e inspiró el Camp Nou.

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