Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz. La selección argentina campeona del Sudamericano de Lima en 1957 siempre será recordada por la frescura de su delantera; un quinteto implacable que constituía la mixtura perfecta entre la desfachatez de la juventud y un dejo de nostalgia por el depurado juego autóctono, el de “la nuestra” que trascendió a las huelgas que desmantelaron el fútbol argentino y se instaló en los genes de esos iluminados que se ganaron el apodo de “Los Carasucias”. El equipo que avanzó a paso firme y se consagró al golear a Brasil además de su poderío ofensivo se apuntalaba en la solidez del arquero Rogelio Domínguez, la seguridad de Vairo y Dellacha en defensa y la majestuosidad de Néstor Rossi, el capitán e iniciador de las acciones desde la mitad de la cancha.
Para muchos ese conjunto fue uno
de los mejores de la historia. Dirigido por Guillermo Stábile tenía todo para
trascender las fronteras de un mero Sudamericano y ser el firme animador del
Mundial de Suecia 1958. La notoriedad que tomó la actuación argentina fue tal
que el entrenador brasileño se comunicó con su par criollo para tomar nota de
los métodos de trabajo que llevaron a “Los Carasucias” a alcanzar la perfección.
Brasil, que por aquellos años aun no conocía a Pelé, buscaba inspirarse en los
campeones de Lima para forjar su verdadera identidad.
El Sudamericano de 1957 fue el
trampolín al éxito para las figuras argentinas y, paradójicamente, el aborto de
un promisorio proyecto nacional. Las partidas de Sívori a Juventus, Maschio a
Bologna y Angelillo a Inter desarticularon el poderío del equipo que residía en
gran parte en esos tres jugadores. Las ambiciones del brazo mercantil que ya
afectaba al fútbol y las presiones políticas para promover a los futbolistas
locales a través de la selección dejaron de lado a los argentinos que se
destacaban en el Calcio.
Por aquellos años el antiperonismo
impuesto en el país por el gobierno militar de turno desechaba todo lo que
tuviese que ver con la industria local y el ser nacional y buscaba imponer
costumbres europeas. Una de las formas que eligió el poder para impulsar el cambio
fue adoptar ideas liberales y modernizar los métodos de procedimiento en todas
las áreas. El fútbol no fue la excepción a la regla y de repente se necesitaron
de urgencia médicos, masajistas, psicólogos y preparadores físicos para
completar los cuerpos técnicos “obsoletos”. Mientras Argentina seguía
soportando la fuga de cerebros compraba los libros de los mismos que, por su
imposibilidad de formar estrellas con sus recetas, venían a buscar las
figuras criollas. El plan estaba condenado al fracaso.
Ya en 1958 y con el Mundial de
Suecia en el horizonte, Argentina completó las eliminatorias con relativa
tranquilidad. Finalizó primero en su grupo aunque demostró un nivel
sensiblemente inferior al del Sudamericano del año anterior ante rivales de
poco fuste como Bolivia y Chile. Con Stábile, que llevaba casi dos décadas en
el cargo, desgastado por la crítica y un equipo compuesto en su mayoría por
jugadores de edad avanzada, la selección argentina emprendió el camino hacia la
consecución del desteñido objetivo de volver al país como campeona del mundo.
El rumbo en el Grupo 1 arrancó
torcido para el conjunto nacional: pálida actuación e inobjetable derrota por 3
a 1 ante los alemanes, vigentes campeones. Sin embargo en la segunda fecha
Argentina enfrió las críticas y alimentó la ilusión al derrotar a Irlanda del
Norte también por 3 a 1. Con una victoria y una caída en su haber, la selección
estaba obligada a superar a Checoslovaquia si quería asegurarse un lugar en la
siguiente ronda. El partido que a priori se presentaba accesible acabó por marcar
un quiebre en el fútbol argentino: el 6 a 1 que los checoslovacos imprimieron a
los argentinos se convirtió en el paradigma de una etapa superada y el comienzo
de un mito que es conocido como el “Desastre de Suecia”.
Las críticas del periodismo no se
hicieron esperar y muchas de ellas se formaron en su propia contradicción.
Néstor Rossi, que había sido apuntado en la previa como el jugador idóneo para
marcar los tiempos del equipo, de repente era demasiado lento. Labruna, exigido
por su experiencia, muy viejo. El sorpresivo Eliseo Prado previsible para un
fútbol europeo “adelantado”. Amadeo Carrizo no estaba a la altura. Varacka era
mufa. La lista no dejaba exento a nada ni nadie. Todo era fulminado por la opinión
pública.
El Mundial de Suecia dio lugar en
el ámbito doméstico a otra clase de fútbol. Las teorías se dividieron y el
resultadismo ganó lugar. El fin comenzó a justificar los medios y grandes
equipos se formaron en torno al éxito que no necesariamente iba de la mano del buen
juego. Así nacieron los campeones edificados por los Zubeldía, Geronazzo, Lorenzo
y Griguol. La selección argentina, hasta el arribo de Menotti, inició un largo
periodo de acefalía en el que no superaba su idea de formarse según los libros
europeos, los mismos que Pelé, Vavá, Zagallo, Garrincha, Didí y Nilton Santos
se encargaron de destruir en 1958 siguiendo el consejo que Stábile le había proporcionado
a Vicente Feola: “El éxito de ‘Los Carasucias’ de Lima radica en el respeto que
tienen por la identidad que el fútbol argentino se ganó a través de los años”.
el Mundial de Suecia marcó un claro declive del fútbol argentino en los siguientes años. y se tardó en salir del mismo.
ResponderEliminarUna de las claves que se ha achacado al éxito de España , fue el que varios jugadores salieran al extranjero a ser estrellas en equipos tan competitivos como Liverpool o Arsenal fue un handicap para la Argentina del 58 .
ResponderEliminarUn saludo
“Los Carasucias”de Lima, demostraron el Gran amor por "La Camiseta" y la férrea Identidad por La Selección Argentina..! Abrazo Futbolero
ResponderEliminarMuy buen post. Siempre me han gustado los que acercan historias que sucedieron hace años. Gran jugador Corbatta, uno de esos genios incomprendidos.
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Un saludo.
ho no sabía sobre esta otra tragedia en el fútbol, pero me apena escuchar de que este trágico evento pudo haberse evitado si hubieran tomado las medidas respectivas
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